En el sagrado silencio del tabernáculo
se alzaba vacío una vez mas
el ausente país de los poetas.

Allí,
los delfines sostenían la rabia azul
con que aquel mar fustigaba
la siembra indecorosa
de canciones muertas
lúgubres
tediosas.

Eran los días en que los hombres
montados en doradas bestias moribundas
asediaban el ocaso de sus musas
para cambiarlas por diademas en desuso
extrayendo los sórdidos fluidos
en que sostenían
el ego de sus plumas.

Era la oportuna sabiduría de las sillas
y ceniceros
cuya redondez circense
auguraba siempre
sonrisas sin contenido
y fechas sin futuro
ni siquiera pendiente,
era la cultura de la nada
la de los ilegales administradores de las arcas
fariseos temperamentales
de nuestros sudores y metáforas.

Nunca una voz dijo no,
ni se escucho de alguna queja,
hasta que llegaron a la tierra del imperio
las voces impías
y siempre nuevas
de mi prosa.

Y me rebelé,
me alce con mis puños libertarios
en contra del gigante de las reglas,
el paridor de mitos
de leyendas,
el dueño de los acentos,
el arcabuz que disparaba la poesía
como si esta fuera
la ultima flecha del combate.

Por días y noches y años,
fui,
y en la cresta de la ola
asumí la lucha que ahora es de todos.
Apertrechado de insólitas preguntas,
busque fiero las respuestas en la aurora
pintando siempre de luz
aquel sendero
por donde transitaban con prisa
las ansias de vencer.

Fueron tiempos duros en defensa de la vida
tiempos de amor y de ternura
de rabia y soledad
de orgasmos y sudores
de destierros,
fueron tiempos de aprendizajes
de feroces lecciones con que la muerte
magnificaba su presencia cada noche.

Fue el tiempo en que mi todo
vivió su peor crisis
el escrutinio mas cruel e inhumano
y quizás el mas necesario,
para entender de una vez por todas
que no estaba solo,
que jamás lo estuve,
y que la historia de mis letras
fue escrita mucho antes
de que yo hiciera uso de mis pulmones
o pudiera siquiera
alzar la mano en mi defensa.

Primero fue la poesía.


Santiago Lo Prado.

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Imagen: Vladimir Kush
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Citamos a: Alaíde Foppa

--ORACIÓN--

Dame, señor
un silencio profundo
y un denso velo
sobre la mirada.
Así seré un mundo
cerrado:
una isla oscura;
cavaré en mí misma dolorosamente
como en tierra dura
Y cuando me haya desangrado
ágil y clara será mi vida
Entonces, como río sonoro y transparente,
fluirá libremente
el canto encarcelado.